Poco a poco se van sacerdotes por persecución religiosa en Nicaragua

El silencioso éxodo de sacerdotes en Nicaragua tras la ofensiva de Daniel Ortega contra la iglesia Católica

(Fabián Medina/INFOBAE) “¡Adiós Nicaragua mía! Me duele respirar en el país fachada”, escribió el sacerdote Uriel Vallejos, una vez que estuvo a salvo en territorio costarricense. Vallejos permaneció asediado por la policía durante tres días a principios de agosto en la iglesia Divina Misericordia, en el norteño municipio de Sébaco y, tras burlar la vigilancia, cruzó la frontera sur para llegar primero a Costa Rica y luego a Italia donde se encuentra actualmente.

La Policía irrumpió en la iglesia del padre Vallejos el lunes 1 de agosto pasado, supuestamente para confiscar los equipos de una radio católica que funcionaba ahí. El sacerdote se refugió junto con otros colaboradores en la casa cural donde sobrevivió 72 horas comiendo pan, agua y yogurts, y salió a la una de la madrugada del jueves de esa semana tras un supuesto acuerdo para abandonar el país.

“Salir así es traumático. Es una condición inhumana, pero lo tuve que hacer para salvaguardar mi vida”, declaró Vallejos a la revista digital Mosaico. “Me vine solo con dos mudadas, nada más, y en un momento, en el camino, tuve que quitarme la camisa… a la buena de Dios, como decimos, como todo nicaragüense, como todo migrante”.

Al menos seis sacerdotes han cruzado la frontera sur nicaragüense, por puntos ciegos, hacia Costa Rica en el último mes, huyendo de la represión que ha desatado en Nicaragua el régimen de Daniel Ortega contra la iglesia Católica. Sin embargo el número de religiosos exiliados podría ser mucho mayor, porque la mayoría sale en silencio.

La dictadura nicaragüense mantiene retenido, en un régimen “casa por cárcel” de hecho, al obispo de Matagalpa, monseñor Rolado Álvarez, contra quien la Policía inició una investigación por “incitación al odio”, sin que exista hasta ahora, 20 días después, proceso judicial alguno contra él.

Ocho religiosos que acompañaban a Álvarez, entre ellos cuatro sacerdotes, fueron llevados a la cárcel policial de El Chipote, un reconocido centro de tortura a donde el régimen envía a la mayoría de presos políticos. Otros dos sacerdotes han sido condenados por delitos comunes.